martes, 8 de octubre de 2013

Una voz silenciada con balas...

El 7 de octubre recordamos el cobarde homicidio de Belisario Domínguez, uno de los políticos mas distinguidos que este país haya dado. Quizás la vida y muerte de Belisario Domínguez no sean ni por mucho tan conocidas como las de sus contemporáneos Madero, Pino Suarez, Victoriano Huerta o Bernardo Reyes, pero sin lugar a dudas marco un antes y un después en la política golpista que hasta entonces había vivido México.

Nacido en Chiapas, estudiado en una de las mejores universidades del mundo, se graduó como Médico Cirujano de la Sorbona en Paris, para posteriormente regresar a Chiapas a ejercer la medicina. Fueron sus opiniones, y su liderazgo lo que lo catapultó a la política, fue elegido Alcalde de Comitán y posteriormente propuesto como Senador de la República para el gobierno de Francisco I. Madero, él prefirió ser Senador Suplente de su amigo Leopoldo Gout, quien falleció tiempo después dejándole el puesto a Domínguez.

Belisario Domínguez fue un férreo opositor a Victoriano Huerta, fue de los principales opositores al arribo de barcos norteamericanos a Veracruz, y fue gracias a eso duramente criticado por el régimen oficial y amenazado varias veces de muerte.

En el Senado, dio muestras de su oratoria con dos grandes discursos en los que despedazaba a Huerta y exigía se respetara al pueblo, y pedía no solo su voluntad, sino la unidad de todos los mexicanos para poder subsanar las desgracias por las que México atravesaba, el primero fechado el 23 de Septiembre de 1913 y el segundo apenas días después el 29 de Septiembre, mismos que fueron en gran medida la razón por la cual el gobierno de Huerta fue en contra suya.

Aqui el memorable discurso:

“Lo primero que se nota al examinar nuestro estado de cosas, es la profunda debilidad del gobierno, que teniendo por primer magistrado a un antiguo soldado sin los conocimientos políticos y sociales indispensables para gobernar a la nación, se hace la ilusión de que aparecerá fuerte por medio de actos que repugnan la civilización y la moral universal, y esta política de terror, señores Senadores, la practica don Victoriano Huerta, en primer lugar, porque en su criterio estrecho, de viejo soldado no cree que exista otra, y en segundo, porque en razón del modo con que ascendió al poder y de los acontecimientos que han tenido lugar durante su gobierno, el cerebro de don Victoriano Huerta está desequilibrado, su espíritu está desorientado. Don Victoriano Huerta padece de una obsesión constante que dificultaría y aun imposibilitaría a un hombre de talento.

El espectro de su protector y amigo, traicionado y asesinado, el espectro de Madero, a veces solo y a veces acompañado del de Pino Suárez, se presentan constantemente a la vista de don Victoriano Huerta, turban su sueño y le producen pesadillas y se sobrecoge de horror a la hora de sus banquetes y convivialidades. Cuando la obsesión es más fija, don Victoriano Huerta se exaspera y para templar su cerebro y sus nervios desfallecientes hace un llamamiento a sus instintos más crueles, más feroces, y entonces dice a los suyos: maten, asesinen, que sólo matando a mis enemigos se restablecerá la paz -y dice a don Juvencio Robles: Marche a Morelos, dé órdenes de concentración, mate e incendie despiadadamente, acaben justos y pecadores, que solamente así tendremos paz-. No creáis que exagero, señores Senadores, he aquí uno de tantos articulas por el estilo que publica en su primera página El Imparcial del sábado 27 del presente: “Piden volver a su pueblo los de ‘Ajusco’. .. Por disposición del señor general Juvencio Robles, jefe de la División del Sur, los vecinos del pueblo del Ajusco se vieron precisados a abandonar sus propiedades a fin de que la campaña emprendida contra los zapatistas sea más efectiva. . .” “Con fecha 17 de agosto pasado, el pueblo del Ajusco quedó vacío y los zapatistas que habían ido a refugiarse en ese lugar se vieron obligados a huir, temerosos de perder la vida entre las llamas, puesto que los federales lo incendiaron.

En grandes caravanas los vecinos de ese pueblo emigraron a la población de Tlalpan, en tanto que otros se dirigían a esta capital y a San Andrés Totoltepec y a San Pedro Mártir, dejando abandonados sus hogares y sus propiedades. Como los recursos que traían los habitantes del Ajusco eran escasos y sus cosechas estaban próximas a perderse, han elevado un ocurso a la Secretaria de Gobernación, solicitando se les conceda volver a sus propiedades mediante la identificación de sus personas para comprobar que son amigos del Gobierno…” Para que podáis juzgar, señores Senadores, toda la gravedad de este articulo de El Imparcial que quizá para muchos lectores pasó desapercibido, os ruego, que por pensamiento os coloquéis un instante en el número de esos infelices del Ajusco. Imaginaos en vuestra casita viviendo con el día, y manteniendo con vuestros trabajos a vuestra esposa, a cinco, a seis chiquillos, quizá uno de pecho, a vuestro padre anciano e impotente, a vuestra madre enferma. BRUSCAMENTE VIENE LA ORDEN DE CONCENTRACION. Lleno de terror el jefe de la casa ordena a la vez, que toda la familia se ponga en movimiento y todos apresuradamente emprenden la marchan Llevando por todo bagaje unos cuantos centavos, unos cuantos trapos y. .. nada más. ¿A donde ir? ¿Qué camino tomar? Para los que tienen alguna lejana simpatía por Zapata, no hay ninguna vacilación. Se van con Zapata. Pero los amigos del gobierno ¿qué hacen? Vacilan, se confunden.

En fin, hay que resolverse a morir de hambre, lo mismo se muere en una parte que en otra. Se toma pues el camino que primero se presenta y se camina, se camina a la aventura con el corazón oprimido y el espíritu sobrecogido de terror, hasta llegar a un poblado. Allí ¿quién da posada, quién da trabajo a los habitantes del Ajusco? Todos desconfían, todos temen que esos extraños puedan ser partidarios de Zapata, puedan ser espías. En resumen todas las puertas se cierran. .. Dejo el resto a vuestra profunda meditación, señores Senadores. Meditad profundamente en lo que sufriríais con vuestra familia en pueblos extraños. sin dinero, sin ropa, sin hogar, sin pan.

¡Cuántos no pereceríais en esta peregrinación; cuántos tormentos se os esperarían! Cuando al fin el gobierno de don Victoriano Huerta permita volver a vuestro pueblo, ¿cómo encontraríais vuestra casita? Vuestra cosecha de maíz y de papa, que es ya próxima a perderse estará́ completamente perdida, ¿qué daréis de comer a vuestros hijos? ¿yerbas, raíces, tierra? Hecha esta digresión continuaremos, señores Senadores. En su constante obsesión don Victoriano Huerta desconfía de todos y teme que todos le traicionen. Hace varios días que su gabinete está incompleto y no ha sido capaz de completarlo. ¿No pensáis, señores, que esa debilidad de carácter, esa constante vacilación demuestra un cerebro desequilibrado y que esto es sumamente perjudicial al país en las actuales gravísimas circunstancias por que atraviesa? Además del desequilibrio producido por su constante obsesión y cuyos síntomas fueron descritos magistralmente por Shakespeare. Victoriano Huerta está afectado de esa forma de desequilibrio que es descrita con igual maestría por Cervantes; don Victoriano Huerta cree que él es el único capaz de gobernar a México y de remediar sus males, ve ejércitos imaginarios, ve un ejercito de noventa y cuatro mil hombres bajo sus órdenes, y fenómeno curioso que seria risible si no fuera excesivamente alarmante, el pueblo y aun algunos miembros de las Cámaras están desempeñando el papel de Sancho, contagiándose con la locura de Don Quijote, ven a don Victoriano Huerta un guerrero de más empuje que Alejandro el Grande, y ven en sus soldaditos de once años de la Escuela Preparatoria, veteranos más aguerridos que los de Julio César o de Napoleón l.

Esto es gravísimo, Huerta está provocando un conflicto internacional con los EE.UU. de América, este conflicto puede llevarnos a la intervención. La intervención, ved bien lo que es, señores Senadores. Es la muerte de todos los mexicanos que tengan valor, que tengan dignidad, que tengan honor. Cobarde y miserable el mexicano que no vaya a combatir con los americanos el día que profanen nuestro suelo. Si, iremos a combatir, pero no con la esperanza de obtener el triunfo, porque la lucha es muy desigual, sino solamente para salvar lo que deben tener en más valor que la existencia los hombres y las naciones: El honor. Iremos a morir para que más tarde cuando el extranjero desembarque en nuestras playas descubriéndose al pisar nuestro suelo diga: DE MIL HÉROES LA PATRIA AQUI FUE.

Pero señores, antes de llegar a ese extremo, deben evitarlo con dignidad y prudencia y no dar motivo con sus locuras a que los americanos puedan justificar ante el mundo una invasión a nuestra patria. Porque no hay que dudarlo, señores. Hay casos en que un extraño tiene el deber de entrar a imponer el orden en la casa ajena: ¿Quién de vosotros, señores Senadores, no se vería obligado a entrar a imponer el orden en mi casa si al pasar por ella viera que en un arrebato de ira estaba matando o golpeando a un hijo de ocho años de edad? Ahora bien, si don Victoriano Huerta, desequilibrado, está poniendo en eminente peligro a la patria, ¿no toca a vosotros, que estáis cuerdos, señores Senadores, poner un remedio a la situación? Ese remedio es el siguiente: Concededme la honra de ir comisionado por esta augusta asamblea a pedir a don Victoriano Huerta que firme su renuncia de Presidente de la República, creo que el éxito es muy posible. He aquí mi plan. Me presentaré a don Victoriano Huerta con la solicitud firmada por todos los Senadores, y además con un ejemplar de este discurso y otro que tuve la honra de presentar al Señor Presidente del Senado en la sesión del 23 del presente. Al leer esos documentos, lo más probable es, que Llegando a la mitad de la lectura pierda la paciencia don Victoriano Huerta, y sea acometido por un acto de ira y me mate, pero en este caso nuestro triunfo es seguro, porque los papeles quedarán allí y después de haberme muerto no podrá don Victoriano Huerta resistir la curiosidad, seguiré leyendo y cuando acabe de leer, horrorizado de su crimen se matará también y la patria se salvará. Puede suceder también que don Victoriano Huerta sea bastante dueño de si mismo, que tenga bastante paciencia para oír la lectura hasta el fin, y al concluir se ría de mi simpleza de creer que un hombre de su temple pueda ablandarse o conmoverse con mis palabras, y entonces me matará o me dejará o me hará lo que más le cuadre.

En este caso la Representación Nacional sabrá lo que a su vez debe hacer.

Por ultimo, puede darse el caso, que seria de todos el mejor, de que don Victoriano Huerta tenga un momento de lucidez, que comprenda la situación tal como se presenta y que firme su renuncia; entonces al recibirla de él le diré: señor general don Victoriano Huerta. bienaventurado el pecador que se arrepiente. Este acto rehabilitará a usted de todas sus faltas. En nombre de la Patria, en nombre de la Humanidad, en nombre de Dios Omnipotente, el pueblo mexicano olvida los errores de usted, y jura que de hoy en adelante os considerará como al hermano que vuelve arrepentido al seno del hogar, y al que todos los mexicanos debemos devolver nuestro cariño y consideraciones.

Con este hecho, señores Senadores, también el pueblo mexicano en su magnanimidad quedará rehabilitado ante el mundo, ante la historia y ante Dios, de todas sus locuras, y la paz, el orden y la prosperidad volverán a reinar en la patria mexicana. Espero, señores Senadores, que no me diréis que dejaréis de ocuparos hoy mismo de ese asunto por no ser del que se está tratando. Si tal cosa dijereis, yo os respondería, señores Senadores, en estos críticos momentos, la salvación de la patria debe ser nuestra idea fija, nuestra constante preocupación y cuando algún medio parezca aceptable, no debe perderse la ocasión, hay que ponerla en práctica inmediatamente. Os ruego, señores Senadores, que os declaréis en sesión permanente y que no os separéis de este recinto antes de poner en mis manos el pliego que debo entregar personalmente a don Victoriano Huerta. No dudo, señores Senadores, que sabréis proceder con toda la habilidad y prontitud que el caso requiere, para no exponernos a que más tarde se diga de vosotros, que lloráis como mujeres la pérdida de vuestra honra y de vuestra nacionalidad que no supisteis defender como hombres.”

La noche del 7 de octubre de 1913, Gilberto Márquez, Alberto Quiroz, José Hernández Ramírez y Gabriel Huerta, secuestraron y asesinaron a Belisario Dominguez. La muestra de valentía de Dominguez quedaron para la posteridad en la declaración de Gilberto Márquez en ese entonces Inspector de Polícia.

“Dijome que había ido al Hotel del Jardín, acompañado de cuatro agentes de la reservada con objeto de aprehender a dicho senador; que llamado en un cuarto que no era el de don Belisario, y que entonces salió éste y dijo:

- Señores, parece que están equivocados. Ustedes buscan al Senador Domínguez, yo soy y estoy a su disposición.

A lo que respondió Márquez:

- Le habla a usted el señor general.

- ¿Qué general? ¿El general Huerta? Pues dígale usted que yo no quiero hablar con ese bandolero.

- No, señor, contestó el segundo Jefe de la Reservada; quien desea hablarle es el general Quiroz.

- Menos quiero tratar con ese mequetrefe, pero estoy a la disposición de ustedes, aunque se que me van a matar. A ustedes los perdono, cumplan con su deber; pues que si cien vidas tuviera para el triunfo de mi causa, con todo placer las daría. Vamos.”

Belisario Domínguez fue cobardemente asesinado en el Panteón de Coyoacán, ahí mismo fue sepultado, incluso tuvieron el descaro de repartirse el dinero que llevaba entre sus ropas el Senador.

Días después de este discurso los Diputados Chiapanecos Armando Z. Ostos, Martínez Rojas y Aquiles Elorduy formaban la comisión que nombró la Cámara, para la investigación de la desaparición del doctor Belisario Domínguez, en ella pedía se la interpélese al Ejecutivo sobre la desaparición de Belisario Domínguez aprehendido en el Hotel Jardín de la Ciudad de México.

En la mañana del 10 de octubre, el ministro de Gobernación Manuel Garza Aldape –parte del grupo conspirador de Félix Díaz y Bernardo Reyes- compareció ante la Cámara de Diputados y demando que fuera retirado el acuerdo para exigir a Huerta información respecto a la desaparición de Belisario Domínguez; pero al ver que la Cámara no tenia intención de retirarlo, la policía comenzó la aprehensión de 90 diputados y Huerta aprovechando las facultades metaconstitucionales del Presidente, declaró disuelto el Congreso y anunció una nueva elección para elegir una nueva legislatura.

En su decreto Victoriano Huerta establecida que las Cámaras de la XXVI legislatura se habían mostrado “inquietas y desorganizadas” desde el gobierno de Madero, según el “al grado de que en vez de contribuir a la obra propia del estado, constituían un poderoso elemento disolvente de todo orden social, han llegado a convertirse en el peor enemigo del Ejecutivo”.

Belisario Domínguez fue un político chiapaneco que defendió con la vida misma su pensamiento de respeto, justicia y dignidad; ese es el ejemplo para gobierno y pueblo de México: mantener nuestros ideales hoy y siempre, su muerte sirvió para acabar con el gobierno de un tirano, de un usurpador como Victoriano Huerta, y su memoria quedarán para siempre en la historia de nuestro país con la entrega de la Medalla Belisario Domínguez creada en 1953 y que desde el año siguiente se entregue por el Senado de la República para premiar a “aquel mexicano, que tenga los mejores derechos para merecer la admiración pública de todos los mexicanos”.